Los nuevos viejos tiempos

Adversus populus 17

I

Bajo ciertas circunstancias, la mayoría de la personas tendemos a pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Añoramos nuestra niñez o la juventud, debatimos con otras personas sobre lo bueno que eran «los viejos buenos tiempos»; cuando, de alguna manera, nos encontramos en un momento de la historia en la que todo se recicla, sobre todo aquello que culturalmente consumimos. La fecha del calendario es distinta, pero nuestros dilemas son los mismos.

Vivimos inmersos en una constante repetición de lo ya dicho, de lo ya vivido, de lo ya experimentado. Las nuevas tecnologías, sin lugar a dudas, facilitan la comunicación, acortan las distancias, mejoran en muchos sentidos la vida cotidiana de quienes tenemos acceso a ellas. Sin embargo, ello no nos vuelve seres cognoscentes distintos, lo que las tecnologías transforman son la forma, no así el fondo; es decir las emociones. Piénselo, la última tendencia de la moda, la música y otras expresiones de la llamada cultura popular, abrevan o derivan de los catálogos o álbums discográficos de hace 20 ó 30 años y éstos, a su vez, de otros idénticos anteriores. La innovación, hoy en día, en el mejor de los casos no es otra cosa que la reinterpretación, en la mayoría burda repetición. En «el mundo visto desde la ventana de un 3er piso», el poeta Charles Bukowski (Andernach, Alemania, 1920-1994) lo expresa así: «[…] y yo estoy acá arriba en calzones con barba de tres días, bebiendo cerveza esperando a que ocurra algo literario o sinfónico; pero todos siguen dando vueltas […]» (Los poetas de la banda eriza, 2005).

II

Sobre este tema, el filósofo George Steiner (París, 1929) sugiere que durante el proceso de secularización del mundo occidental, se originó un vacío que afectó «al centro mismo de la existencia intelectual y moral de Occidente» (Ediciones Siruela, 2004). A partir de entonces, ha habido una serie de intentos por llenar ese vacío. Sostiene que los seres humanos, por lo menos aquellos que coexistimos bajo el esquema del mundo occidental, padecemos la nostalgia de un saber absoluto, de aquello que normaba y conducía «las percepciones esenciales de la justicia social, del sentido de la historia humana, de las relaciones entre la mente y el cuerpo, del lugar del conocimiento en nuestra conducta moral» (Ediciones Siruela, 2004). Es por ello, quizá, que el estado actual de las cosas ha sido incapaz de ofrecernos respuestas a los dilemas que, como individuos y como sociedad, cotidianamente afrontamos.

Si bien, las nuevas tecnologías ofrecen oportunidades y herramientas novedosas para el trabajo, la educación, el ocio y otros ámbitos de la actividad humana, la era digital no ha generado relaciones sociales que modifiquen sustancialmente la manera en la que entendemos nuestro papel en el mundo. Existe un orden global de tipo económico el cual genera serias y profundas desigualdades y, por esa misma característica, carece de un valor ético o moral globalmente aceptable.

III

Además de la moda o productos culturales en lo general, presenciamos la vuelta de valores, organizaciones e instituciones de todo tipo. El auge y la recuperación de espacios perdidos por parte de dos de las más importantes religiones de masas, como son el cristianismo o el Islam; valores ideológicos nacionalistas sustentados por varios movimientos sociales en Europa; la vuelta de organizaciones o Partidos Políticos como el caso del PRI en México, son muestra de cómo los valores que representaban adquieren relevancia ante el vacío que la llamada modernidad o la globalización generan. En su momento se creyó que la razón, la ciencia y las artes sustituirían el papel que los dogmas religiosos desempeñaban en la vida cotidiana de las personas; creíamos que por los horrores que les caracterizaron, no volveríamos a afrontar la xenofobia o el racismo; como también supusimos que luego de la transición política en México sucedería la democracia y, con ella, nuevas formas y organizaciones políticas. En cada caso, al parecer, estos supuestos no se cumplieron.

La vuelta de éstos valores, organizaciones, instituciones, creencias o productos culturales, ocurren, en buena medida, por la ausencia de nuevas expresiones que les suplan. Los dilemas que contemporáneamente afrontamos tienden ante el vacío, «[y] Y donde existe un vacío —nos dice George Steiner— surgen nuevas energías y realidades que sustituyen a las antiguas» (Ediciones Siruela, 2004). Agregaría que éstas no surgen solas, debemos inventarlas, dejar atrás la nostalgia de «los viejos buenos tiempos». Así, tal vez, podremos lograr algo literario o sinfónico.

Críticas, comentarios e invitaciones a beber cerveza a: v4l3nc14@gmail.com

Puedes leer esta columna en la edición digital e impresa del «Periódico AM» en su edición Lagos de Moreno del viernes 21 de marzo de 2014 [haz click en la imagen]
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